Me piden que escriba un texto. Que exponga aquí mi pequeña historia. Hablaré de mí, de lo que yo he vivido y tal como yo lo he vivido. En la junta hemos estado varios. Pero hablaré de mí.
Según consta en los papeles asumí la responsabilidad de ser presidente de Arinduz en 2010. Cogí el testigo de Adolfo, amigo y compañero. Y entonces la sociedad era diferente. Los cuidados paliativos en Euskadi eran diferentes. Yo era diferente.
En la sociedad de 2010 aún no habíamos conocido una pandemia. El hospital de agudos seguía siendo el centro de todo conocimiento de valor. Empezaba a intuirse una crisis en la Atención Primaria vasca. Y el miedo a enfermar rondaba, pero no se adueñaba de una población nunca tan sana en su historia.
Los cuidados paliativos intentaban hacerse un hueco en nuestro sistema sanitario, rico en recursos para sanos y rácano para la compasión con los más frágiles. Además, grupos de presión (que los hay) temían perder protagonismo y pacientes. El protagonismo como objetivo y el paciente como rehén… La apuesta oficial era la generalidad frente a la especificidad. Lo que a mi juicio intentaba era desviar la mirada para que esta no encontrara a un emperador desfilando desnudo mientras se aplaude la belleza de sus vestidos.
Y yo, recién venido de mis tierras navarras donde conocí los cuidados paliativos, me sentía con fuerza para la denuncia de lo obvio y para la construcción de lo justo. Llevando con comodidad dos “gorras”, la de Secpal y la de SemFyc, la de Arinduz encajaba perfectamente ya que defendía a la vez la atención primaria y los cuidados paliativos. Además me encontré apoyado y motivado por compañeros que se convirtieron en amigos, y por amigos que luego fueron compañeros.
Hicimos muchas cosas; jornadas anuales con asistencias masivas y presencia de grandes maestros, algunos famosos y otros que no necesitan serlo, un tríptico explicativo, un mapa de recursos… Fuimos al Parlamento, al Ararteko, a diversos medios de comunicación… La denuncia fue calando, quizá no tanto por nuestras acciones sino porque la sociedad ya iba percibiendo que sus necesidades no eran resueltas en el poderoso hospital.
El séquito del emperador, empeñado en seguir tapando su desnudez, intentó descalificar esa forma de mirar, deslizando la idea de que lo específico pretendía anular lo generalista buscando fisuras entre los que veíamos las vergüenzas del emperador desfilante. La desnudez imperial en forma de sufrimiento, con nombres y apellidos. Y eso no es fácil de tapar.
Las necesidades se fueron imponiendo al discurso del “todo va bien”. La desnudez al autobombo. Equipos específicos y generales juntos en esto, porque nuestra mirada está centrada en las personas y en su sufrimiento, no en los servicios ni en sus pretensiones.
En 2018 pudimos organizar un congreso. Un gran congreso. Y allí, 8 años después de mi designación, era el momento decidido para irme.
Y quizá fue ahí donde empecé a ver también yo mi propia desnudez. O la de Arinduz. Se habían dado pasos, se habían conseguido pequeñas cosas. Pero la pelea moviliza y crea fases adrenalínicas que inevitablemente generan cansancio y cierto acomodo. Nuestra desnudez era esta, las fuerzas no eran tantas, la lucha por ideal podía aplazarse por la consecución de lo posible. Era momento de irse. Pero no iba a ser fácil entregar un testigo quizá demasiado tiempo vinculado a mí.
Y vino la pandemia. Y tanto frío trajo que incluso el emperador sintió su piel helada a pesar de sus supuestos ropajes.
Y aprendimos que lo complejo no está únicamente en los hospitales. Que las residencias asumen la incoherencia de un sistema centrado en lo agudo, pero que habla de cronicidad con soltura. Que la atención primaria no solo estaba infradotada, sino infravalorada y maltratada. Que somos fruto de una sociedad que tiene y defiende sus propias prioridades. Que al miedo ancestral a la muerte se suma ahora el miedo al malmorir.
Algo ha cambiado. Se empiezan a reconocer ciertas carencias en el ropaje del emperador (como el resto de emperadores, ¿eh? Que si no, no vale…). Se acepta como inevitable y necesario la presencia de lo específico, que necesita de lo generalista para atender de forma aficiente y efectiva tanto sufrimiento. Muchos compañeros nuestros encuentran el los cuidados paliativos las respuestas que no tienen para sus pacientes y que ellos mismos pueden proporcionar si se sienten apoyados.
La sociedad también ha cambiado. Acumula demasiadas experiencias de mala muerte. Y va conociendo otras maneras, otras miradas. Es el tiempo de la Comunidad, de la gente. Y nosotros con ellos, pero desde ellos. Porque ellos somos nosotros.
Así que es tiempo de otros. Las dificultades que ha habido para realizar el traspaso son a mi juicio una señal más de mi desnudez, de mi pequeño o gran fracaso. Por eso, ver ahora mismo el grupo de personas que asume el reto es una gran satisfacción y un gran alivio. Agradezco enormemente vuestro entusiasmo. Esto debió ocurrir antes y no ocurrió. Pido disculpas a cada uno, a cada una de vosotras, si en algún momento no os habéis sentido representadas por la Junta que he presidido hasta ahora.
Empieza una nueva época con una nueva Junta … Desde ya me ofrezco a colaborar con vosotras desde un segundo o tercer plano. Creo que aún conservo energía (más que pelo), y puedo aportar experiencia. Estaré para lo que sea. También para “no estar”.
Y estando escribiendo esto…
Juan Pablo Leiva era nuestro presi. Un tipo especial. Segovia, Madrid, Málaga, Manacor… y ahora Bilbao. Un buscador, un entusiasta. Un convencido. Un ingenuo perspicaz. Un optimista. Un “currela”.
Ramón Herrería, director del Hospital Santa Marina donde trabajó los últimos meses, nos decía que “un cometa de luz había pasado por su hospital”. Creo que esa frase expresa como ninguna lo que muchos sentimos. Como esas grandes películas o grandes libros, la vida de Juan Pablo pasa rápido pero deja un poso imborrable.
Una de sus sobrinas nos contó que Juan Pablo en algún momento sospechó que su vida no iba a ser “larga”, por lo que había decidido hacerla “ancha”. Hizo pues de su vida una analogía de lo que pretenden los cuidados paliativos. Hasta ahí nos dio luz.
Descanse en Paz.